lunes, 14 de diciembre de 2020

AHORA

    Me resulta fascinante observar a un niño mientras juega. Y, me refiero concretamente al acto de jugar, basándome en la absoluta creencia de que, al menos en las primeras fases de la niñez, los niños no realizan, por voluntad propia, ninguna tarea que no adquiera un sentido lúdico para ellos.

    Ajenos a las complicaciones de la vida adulta, se sumergen, sin esfuerzo alguno, en el simple juego, en el aquí y el ahora. Sin pasado, sin futuro. Cuando los adultos invadimos ese mundo y, realizamos algún comentario sobre vivencias pasadas o que están por venir, aún pudiendo recordarlas, el niño no comprende, no adquiere sentido para él. En su completa felicidad del ahora, piensa "ahora estoy jugando con esto, eso ya pasó". Y de ahí, pueden llegar a darse situaciones completamente surrealistas para los infantes como, por ejemplo, el tener que asumir un castigo tardío.

    "Los mayores", corroídos por la envidia y anhelando esa paz interior, intentamos una y otra vez arrastrar nuestra ajetreada mente y cansado cuerpo al presente y, meditamos. Pero....una vez fulminadas esas primeras etapas de nuestro ciclo vital, EL REMOLINO ya está en marcha. El inmenso REMOLINO  formado de recuerdos, nostalgia, de personas, de vivencias diversas y de velocidades.

    Más allá de nuestra dificultad para vivir el presente, puede que, engullidos en esta espiral de recuerdos pasados, situaciones presentes y elucubraciones futuras, nos quedemos incluso hasta estancados en el pasado. Sea por decisiones ajenas, caprichos de la vida o por el ya famoso síndrome de Peter Pan, hay ocasiones en las que nos aferramos a lo que ya se fue, negándonos así la oportunidad de vivir el momento actual. Podemos llegar a construir un presente soportado, únicamente, en cimientos ya pasados. Y, claro,  tenemos que meditar.

    A todas aquellas personas que la meditación les resulte tremendamente difícil y frustrante, les recomiendo, fervientemente, tomarse unos segundos para observar a los más pequeños. Muchas son las enseñanzas que nos ofrecen a diario y, muchas son las veces en las que me pregunto quiénes deberían ser realmente los aprendices. 

    Estoy segura de que meditar ayuda pero, humildemente opino, que la paz interior posee destellos infantiles.

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