Algo similar le ocurría con los largos veranos de la infancia. Veranos repletos de sonidos de golondrinas y de olor a cloro.
Con el tiempo, ella comenzó a darse cuenta de que muchos sabores, olores, reacciones y sentimientos, son irrepetibles. Puede haber amagos de algo similar, algo que hace recordar, pero que nunca es igual.
Aquellos tomates y aquellos veranos habían formado parte de su vida. Habían construido una base que de adulta, recordaría una y otra vez. Y no, no era por los tomates en sí. Tampoco porque los veranos transcurriesen en un lujoso entorno. Era porque esa base se consolidaba en afecto y cariño. Porque los tomates sabían a amor de amama y los veranos olían a familia feliz. A amistades que resultaban sinceras. A ausencia de decepciones.