La rata sonrió en aquel momento y, de manera instintiva, supo que todo había cambiado. Todo lo que hasta ahora había cargado, se recolocó en pequeños bolsillitos que hacían el peso, menos pesado.
Porque así solía percibir ella su vida de rata: pesada, sucia.
Quizás el enfoque que ella había dado a su trayectoria como rata, no había sido del todo adecuado. Tal vez, el contexto en el que se desarrollaba su ser de rata, tampoco lo había sido. Pero, indudablemente, su posicionamiento, como rata que era, ante los demás, no había sido ni lo más mínimamente positivo.
Pero, aquel pequeño transformó su mirada. Aquel mugriento niño que jugaba alegremente con dos palitos, la miró y, sonrió.
Ese gesto tan simple e inmenso, cambió su visión. Y fue ante toda aquella belleza, donde la rata decidió convertirse en una maravillosa rata.