La niña, grita, se enfada, juega a jugar e intenta, en varias ocasiones, quebrar los límites inquebrantables. Es astuta y, cuando quiere, engaña, para obtener lo que desea. Se disfraza de adulta y, cuando sale con fuerza, lo domina todo. Baila sin medida, con movimientos descontrolados, apenas escuchando la música.
La adulta se esfuerza y peca con auto regalos limitados. Nada en un mar repleto de responsabilidades pero, también de placeres. Sus pensamientos se debaten siempre con la palabra conveniencia. Sonríe y llora. Sin embargo, se muestra más tímida que la niña y, le cuesta dar la cara. Es más, a veces hasta hay que buscarla, para poder dar con ella. Baila acorde al ritmo. Se deja llevar, siempre controlando que los movimientos no le hieran.
La madre ordena, auto exige, autocritica y vela por lo que se debe hacer. Sin premios, ni juegos. Se debe hacer y no hay peros que valgan. Simplemente por el hecho de seguir lo estipulado por algo o por alguien, ya obtiene el bienestar. Sale a su aire y se muestra segura de sí misma, alegando que su actuación es la religión absoluta y verdadera . Baila siguiendo los pasos marcados, un baile elegante y perfecto.
Para que la función resulte cautivadora, hay que dejarlas bailar de la mano, en armonía y sin pisotones. Un baile coordinado, con pequeños momentos de protagonismo para todas ellas. Sin que la euforia se apodere de ninguna porque, de lo contrario, las consecuencias pueden ser absolutamente nefastas.
Un equipo, formado por tres acordes de una misma canción.